viernes, 21 de marzo de 2014


Me ahoga la luz abstemia
de la casa de los gusanos.
Todos hemos bailado allí alguna vez
con la noche, mientras buscábamos
en su espalda
la herida de la luna.
La gente se afila las pupilas,
como gatos del secreto,
y duerme a la memoria
como quien pinta sombras en la pared.
Allí,
donde el silencio es una vía callada,
la gente pisa la sonrisa gris
que nace del suelo y
te lleva a un cielo infinito de cemento.
La oscuridad es una madre
que reza al metal
y trae entre los dientes
las rosas que perdió
cuando se denuda con la luz.
Esa luz abstemia.

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